La celebración de la muerte en Michocán

In Tradiciones

Texto por Julie Sopetrán

Fotos por Mary J. Andrade

Michoacán

Fuente de las tarascas.

En el idioma nahuatl, sería Michihuacan que quiere decir «lugar de pescadores» o «lugar de la gente que tiene pescados». Este lugar nunca fue dominado por los aztecas. En sus hermosos campos vivieron los otomíes que dieron origen a la raza chichimeca que más tarde se llamó purépecha. Todavía podemos contemplar la belleza de esta raza y sus grandes dotes artesanas, la capital de este gran imperio se estableció en Tzintzuntzan, que se pronuncia Sinsunsan, allí vivía y gobernaba Tangaxuán II, que fue el último monarca purépecha cuando llegaron los españoles (1522).

Vista desde un costado de la Catedral de Morelia.

Cristobal de Olid, fue el primer español que llegó a Michoacán y consiguió por medios pacíficos que esta raza aceptara a Carlos V, sin que Tangaxuán II, perdiera su categoria de rey. Esto fue algo muy hermoso en los primeros pasos españoles en Michoacán, lástima que más tarde, en 1530, Nuño de Guzmán, desconociera estos reales acuerdos y eliminara por completó a Tangaxuán II, contándose las más criminales y humillantes historias que acabó con gran parte de los purépechas. Más tarde llegaron los misioneros y se engrandecieron los valores culturales estando a la cabeza Vasco de Quiroga, llegaron agustinos y jesuitas y así se fundaron colegios y misiones de gran importancia para Michoacán. También se la llamó la antigua Valladolid.

Fuente, parque central en Morelia.

Está ubicado entre la Costa del Pacífico y la Meseta Central. Es un Estado que conserva una gran variedad de paisajes y climas. Limita al norte con Guanajuato, al este con el Estado de México; al sur con Guerrero y el Océano Pacífico, al suroeste con Colima y al noroeste con Jalisco. Su capital es Morelia, la colonial, enriquecida con grandes monumentos, cuna del cura Don José María Morelos y Pavón, discípulo de Miguel Hidalgo, que tanto tuvo que ver en la historia moderna de México.

La artesanía, la comida, el paisaje, la gente encantadora, y ante todo la fiesta por excelencia, una fiesta rara en el mundo, pero de una incomparable belleza, la fiesta del Día de los Muertos, da significado y vida a Michoacán.

Noche de Muertos

Velación en el cementerio de Cucuchucho.

Velar a los muertos no es nada fácil, es simplemente enfrentarse al misterio con valor, con dignidad, con humor, con esa filosofía que sólo el mexicano conoce profundamente. La identidad de esta fiesta es velar, contemplar, embellecer la muerte, lo pasado, lo efímero. ¿Cómo? Lo pagano y lo religioso se mezclan, confirman en su abrazo el mito y la leyenda, se hacen símbolo realista en las manifestaciones humanas. Un respeto se apodera del alma que contempla. Respeto a los que velan, respeto a los que ya no están. Y a pesar de todo: fiesta.

Janitzio

Isla de Janitzio.

Uno de los lagos más bellos del mundo, el lago de Pátzcuaro, allí hay cuatro islas y una se llama Janitzio, un pueblo mágico. Allí la noche de muertos es la barca que se mueve hacia el más allá, mientras se come el delicioso pescado blanco, las enchiladas, el caldo, el pollo entalamado, las corundas de maíz o de trigo, o mientras nos tomamos un trago de rompope o la charanda con los sabrosos dulces como el alfajor de coco, la capirotada, o los chongos, mientras tanto, digo, el cementerio se ha iluminado de flores…

Flores, dulces, ofrendas

Calaveritas de azúcar.

El concepto indígena de la muerte, mezclado con el cristiano, produce un resultado apacible y lleno de color ante la tumba. Los altares trabajados con tesón y artesanía están llenos de flores. La familia deposita sobre la sepultura o la tierra aquella comida que le gustaba al difunto. Se revive la vida, los gustos, y de repente se ve una botella de tequila sobre la tumba, porque «aquello le gustaba al muerto», panes, dulces, frutas y flores, muchas flores y muchos cirios encendidos y esas oraciones que no cesan y esa conformidad en los rostros indígenas, y esa paz del camposanto, tan larga, tan fuerte, tan dulce y tan amarga…

El rezandero

Rezandero, isla de Pacanda.

De repente, una voz que se alza, es el rezandero, el que reza a los muertos, canta responsos, aleluyas de muerte, oraciones muy sabidas. Lo hace en voz alta, todos le escuchan, termina y cada persona que vela le premia con el «pan de muerto», con frutos, con alimentos. Le pregunto quién le enseñó las oraciones, «de siempre», me dice, «todo el año rezo por los que se mueren, mi oficio es rezar». No hace otra cosa, reza en la iglesia, en el cementerio, en la casa del difunto… y habla purépecha y reza en purépecha y en castellano. Recoge las ofrendas que le han regalado y se va a preparar la ofrenda de flores en el panteón, los niños le siguen porque nadie reza Como él.

Leyenda

Pescador, lago de Pátcuaro.

Entre las muchas leyendas del día de muertos, hay una muy hermosa: «Esta noche surge la sombra de Mintzita corazón, hija del Rey Tzintzicha, y la de Itzihuapa, hijo de Tare y principe heredero de Janitzio. Se enamoraron locamente, pero no pudieron desposarse porque llegaron los conquistadores. El padre de Mintzita estaba preso, en manos de Nuño Guzman y la princesa quiso rescatarlo, le ofreció al español un tesoro fabuloso que se encontraba bajo las aguas. Cuando el esforzado Itzihuapa se apresuraba a extraerlo se vio atrapado por veinte sombras de los remeros que lo escondieron bajo las aguas y que fueron sumergidos con él. Itzihuapa quedó convertido en el vigésimo primer guardian de tan fantástica riqueza. Pero en la noche de Día de Muertos, despiertan todos los guardianes del tesoro, suben la empinada cuesta de la isla. Los dos príncipes se dirigen al panteón para recibir la ofrenda de los vivos y las luces plateadas de la luna, los dos espectros se musitan palabras cariñosas y entre las llamas inciertas de los cirios, se ocultan de las miradas indiscretas…». Los habitants son «adoradores de las flores» y creen ver a los principes enamorados.

La flor de «cempasúchil»

Caballito adornado con cempasúchil.

En México la flor de la muerte es la flor de cempasúchil, que bien se parece a nuestros claveles chinos, una flor amarilla, dorada, con olor a clavel, esta flor reverencia a los muertos. Las orquideas que los indígenas utilizan para adorar a sus dioses y que el cristianismo ha adoptado por su sentido poético. Las dalias, la flor de la canela, flor de Changunga, se adornan los balcones, las calles, las iglesias. Otro de los adornos en las tumbas son las servilletas bordadas donde depositan los manjares que en vida fueron del agrado de sus difuntos. Los hombres observan lo que hacen, lo que cantan, lo que rezan las mujeres. La campana llama a las ánimas. Los cantos tarascos imploran y es un deber en Janitzio honrar en estos días a los muertos.

Velación de angelitos

Ritual de la Velación de los Angelitos, isla de Pacanda.

El dia primero de noviembre, los niños madrugan y van a velar a sus hermanitos muertos. Es dulce, estremecedor ver el cementerio lleno de niños. Le pregunto que cuantos hermanitos tienen enterrados, «siete, siete muertos, cinco vivos». Va arropada en su rebozo, es una niña y me habla de la muerte. Enciende su vela, lleva un juguete de madera a su hermanito, «a él le gustaba jugar con este juguete y él hoy viene aquí y lo ve, yo no lo veo jugar, pero yo no tengo que verlo, él ya ha tocado su juguete», el juguete de tule y paja…

Velación de los Angelitos, isla de Janitzio.

Son tantas cosas, tanta vivencia la de esta fiesta en México, que podría rellenar péginas. Para terminar recordaremos las calaveras de azúcar, los esqueletos tocando el saxofón o el «pan de muerto» tan dulce como la vida misma. Para el mexicano la muerte es un ingrediente más, una sonrisa o una lágrima disimulada en la flor de cempasúchil, los mercados, la cerémica descarna en el barro nuestro propio esqueleto, y aquello que parecía horrible, se convierte en arte, en magia, incluso se nos hacen simpáticos los huesos de la muerte, ella también es fiesta y los niños lo saben y no están asustados. Le pregunto a una niña si le tiene miedo y me contesta: «¿y por qué asustarse de la paz, verdad? No, no hay por qué.

 

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